Cómo abordé una lumbalgia por sobrecarga en un jugador amateur

En mi consulta, uno de los motivos más frecuentes entre deportistas jóvenes es el dolor lumbar. Esta vez, se trataba de un jugador de baloncesto de 24 años, con entrenamientos casi diarios, que venía arrastrando molestias en la parte baja de la espalda. Lo interesante del caso es cómo, a pesar de no haber una lesión grave, el dolor interfería cada vez más con su rendimiento y calidad de vida.
Desde el primer encuentro, supe que se trataba de una lumbalgia mecánica por sobrecarga, una afección común pero muchas veces mal entendida. Hoy quiero contarte cómo lo abordamos paso a paso y qué herramientas usamos para lograr una recuperación completa.
¿Por qué aparece la lumbalgia en jóvenes deportistas?
No hace falta sufrir una caída o un golpe para sentir dolor lumbar. En este caso, el paciente refería molestias que se intensificaban al flexionar el tronco o después de entrenamientos intensos. Nada llamativo en los estudios por imágenes, salvo una leve protrusión discal L4-L5, algo relativamente frecuente en personas activas.
La clave estaba en entender qué estaba generando esa sobrecarga repetitiva: mala distribución del esfuerzo, falta de estabilidad central y patrones de movimiento ineficientes.
Evaluación clínica: más allá de la resonancia
Durante la evaluación, detectamos una clara contractura en la musculatura paravertebral, limitación en la movilidad lumbar y un patrón de flexión lumbar excesiva al agacharse, con poca participación de la cadera. No había signos neurológicos ni de compromiso estructural severo, por lo que descartamos patologías más complejas como una espondilolistesis o disfunciones sacroilíacas.
La conclusión fue clara: estábamos frente a una lumbalgia funcional, generada por sobrecarga mecánica y deficiente control postural.
Tratamiento por fases: cómo se estructura una rehabilitación efectiva
Abordar este tipo de dolor requiere de una planificación que respete los tiempos del cuerpo. Dividimos la rehabilitación en cuatro etapas, adaptando la carga y las estrategias terapéuticas en función de la evolución del paciente.
Fase 1 – Aguda: controlar el dolor y la tensión muscular
El objetivo en los primeros días fue reducir el dolor y liberar la zona lumbar sin generar más irritación.
Crioterapia localizada, aplicada durante 15 minutos post-entrenamiento.
Terapia manual descontracturante, especialmente sobre paravertebrales y glúteos.
Vendaje neuromuscular, que ayudó a disminuir la sensación de rigidez y a mantener una mejor postura.
El alivio fue progresivo, pero se notó desde la primera semana.
Fase 2 – Subaguda: recuperar el movimiento sin dolor
Con los síntomas controlados, pasamos a trabajar la movilidad y la activación muscular suave:
Movilizaciones pasivas y activas, especialmente en cadera y columna torácica, para descargar la zona lumbar.
Ejercicios de control motor, como basculaciones pélvicas, puentes y activación de transverso abdominal.
Este momento fue clave para reeducar el cuerpo sin que el dolor reapareciera.
Fase 3 – Fortalecimiento: base sólida para prevenir recaídas
A medida que mejoraba su movilidad, fuimos incorporando ejercicios más exigentes para construir una base funcional:
Trabajo de core, con foco en estabilidad profunda más que en fuerza superficial.
Ejercicios isométricos y excéntricos, como planchas, bird-dog y peso muerto modificado.
También incluimos ejercicios de cadena cinética cerrada, priorizando la coordinación entre tronco y extremidades inferiores.
Fase 4 – Reintegro funcional: volver al entrenamiento con control
En esta última etapa, buscamos que el paciente pudiera entrenar sin dolor y, sobre todo, sin sobrecargar la región lumbar:
Reeducación postural durante movimientos técnicos del baloncesto, como el salto y la recepción.
Adaptación progresiva a la carga de entrenamiento, con trabajo en conjunto con su preparador físico.
Además, le dejamos una rutina preventiva semanal con movilidad y fuerza específica para su deporte.
Resultados: el dolor no tiene por qué ser parte del entrenamiento
En solo cuatro semanas, el paciente ya entrenaba sin dolor. En ocho semanas, había recuperado completamente su funcionalidad, con mejores patrones de movimiento que antes de la lesión.
Este caso me recuerda que el dolor lumbar no es exclusivo de quienes llevan una vida sedentaria. También aparece en personas activas, muchas veces como una señal de que es hora de revisar cómo nos movemos y no solo cuánto entrenamos.
Profesor Sebastián Pablo Galleano
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