Cómo fue el proceso de recuperación tras una fractura de tibia

Hace unos meses, recibí en el consultorio a un paciente de 25 años, jugador amateur de rugby. Venía con un diagnóstico reciente de fractura diafisaria de tibia, producto de un traumatismo directo durante un partido. El dolor era intenso, apenas podía apoyar el pie, y la zona estaba notablemente inflamada y deformada.
Este tipo de lesiones generan muchas dudas, temores y ansiedad. ¿Cuánto tiempo voy a estar sin caminar? ¿Voy a volver a jugar? ¿Qué ejercicios puedo hacer mientras estoy inmovilizado? En este artículo quiero contarte cómo trabajamos juntos su proceso de recuperación, desde la fase aguda hasta su vuelta al deporte.
¿Qué implica una fractura de tibia y cómo se diagnostica?
La tibia es el hueso más grande de la pierna, y cumple un rol fundamental en la carga del peso corporal. Cuando se produce una fractura diafisaria —es decir, en la parte media del hueso— como en este caso, el tratamiento suele requerir inmovilización estricta para favorecer la consolidación ósea.
En la evaluación inicial, además del dolor y la imposibilidad de carga, encontramos sensibilidad marcada en el punto de fractura y una movilidad muy reducida. La radiografía confirmó una fractura sin desplazamiento, lo cual fue una buena noticia: no era necesaria una cirugía.
Etapas del tratamiento y rehabilitación
Dividimos el proceso de recuperación en cuatro fases. Cada una tuvo objetivos específicos, y fuimos avanzando según los tiempos biológicos de consolidación ósea y adaptación funcional.
Fase aguda: control del dolor y protección de la fractura
Durante las primeras semanas, el foco estuvo puesto en proteger la zona afectada y evitar complicaciones.
Inmovilización con yeso, manteniendo la pierna en posición neutra.
Analgesia farmacológica, indicada por el médico traumatólogo.
Crioterapia frecuente, especialmente en los primeros días, para reducir el edema.
Elevación de la pierna para controlar la inflamación.
Además, realizamos educación postural para evitar sobrecargas en la zona lumbar y en la pierna contralateral.
Fase subaguda: movilidad y prevención de atrofia
Una vez iniciado el proceso de consolidación ósea, pasamos a trabajar de forma más activa, aunque sin carga de peso.
Ejercicios de movilidad pasiva en la articulación del tobillo y cadera para mantener rangos de movimiento.
Electroestimulación muscular, sobre todo en cuádriceps y glúteos, para preservar la masa muscular.
Trabajo de movilidad en miembros superiores, tronco y extremidades no afectadas.
Esta fase suele ser desafiante porque el paciente aún no ve grandes avances, pero es esencial para evitar rigideces y mantener al cuerpo activo.
Fase de fortalecimiento: reintroducción de la carga
Una vez retirada la inmovilización y con evidencia radiológica de consolidación, empezamos la carga progresiva:
Apoyo parcial con muletas, primero en piscina y luego en superficie firme.
Fortalecimiento específico de miembros inferiores, con ejercicios como elevaciones de pierna, sentadillas asistidas y trabajo con bandas elásticas.
Ejercicios de equilibrio y propiocepción, fundamentales para restablecer la confianza en la pierna lesionada.
El trabajo fue gradual y controlado, con evaluaciones funcionales frecuentes.
Fase de reintegro funcional: volver al deporte de manera segura
La última etapa apuntó al retorno deportivo y a prevenir futuras lesiones:
Reeducación de la marcha, primero en superficies estables y luego en terrenos irregulares.
Entrenamiento de impacto progresivo, con ejercicios de saltos, cambios de dirección y desplazamientos típicos del rugby.
Educación en control de carga de entrenamiento y en estrategias de recuperación post-esfuerzo.
Después de seis meses, el paciente volvió a entrenar con normalidad, sin dolor y con mejor rendimiento físico que antes de la lesión.
¿Qué aprendimos de este proceso?
A lo largo de la recuperación, el compromiso del paciente fue clave. También aprendimos que una fractura no es el final del camino, sino una oportunidad para mejorar aspectos físicos que a veces se descuidan, como el control postural, el equilibrio y la fuerza global.
Otro punto importante fue la comunicación entre el equipo de salud, el entrenador y el propio paciente. Cuando todos reman para el mismo lado, los resultados llegan más rápido y de forma más segura.
Profesor Sebastián Pablo Galleano
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